A priori puede parecer que el minimalismo y la sostenibilidad no están relacionados. Y pueden no estarlo. Podemos ser minimalistas y poseer pocos objetos que no sean para nada sostenibles y podemos tener cientos de cosas que sean sostenibles.
Pero mi experiencia me dice que, cuando buscamos vivir con menos desde la consciencia y queremos que nuestro paso por la Tierra sea lo menos destructivo posible, es natural que ambos caminos se unan en uno solo.
Yo me considero minimalista. No porque tenga un número concreto de objetos, para mí el minimalismo no va de eso. Sino porque tengo las cosas que necesito y que aportan valor a mi vida, simple y llanamente.
Mi relación con el minimalismo
Yo era la niña menos minimalista del mundo, lo guardaba todo. Cada objeto me traía un recuerdo o sabía que podría serme útil el día de mañana. Mi madre estaba frita, la pobre. Me fui de casa con 17 años y, aunque no tenía muebles propios, tenía un montón de objetos que llenaban el espacio. Para mí así estaba bien en aquél momento.
Me he mudado 24 veces a mi 33 años (sí, sé lo que estás pensando, jaja) y mis adoradas posesiones me acompañaban aquí y allá. Cajas y más cajas de cosas que creía que necesitaba. Hasta que llegué a mi piso actual. Por circunstancias de la vida me tuve que mudar con mi gato y mis dos perros a un piso de 25 metros cuadrados. Ya me ves allí de pie, a las once de la noche, rodeada de cajas y sin tener un palmo des espacio donde sentarme. ¡Me iba a dar algo!
Ahí comenzó mi historia con el minimalismo, pero fue por pura necesidad. Me leí el famoso libro La Magia del orden de Marie Kondo, hice el curso Organiza tu casa de Lucía Terol (gracias Lucía, fue una experiencia maravillosa) y me leí un montón de libros. Empecé a deshacerme de objetos que realmente no me aportaban ningún valor y me sentí mucho más liviana. No solo por el espacio que ganaba en casa, sino porque mi mente también se sentía liberada.
No poseo ni una cuarta parte de las cosas que tenía cuando vine aquí. Ahora también vive mi chico en esta pisado (nótese la ironía) y casi podría decir que nos sobra espacio. Sigo haciendo revisiones periódicamente porque esto del minimalismo no es un destino, es un camino que nunca termina. Un camino maravilloso. Soy mucho más feliz desde que tengo menos cosas y no pienso volver atrás.
La relación entre el minimalismo y la sostenibilidad
Como he dicho antes, el minimalismo y la sostenibilidad van de la mano, al menos en mi caso. Ahora que tengo menos cosas soy consciente de todo lo que tengo. Me miro muy mucho los objetos que dejo entrar en casa. Deben merecerse estar ahí, no solo porque sean bonitos o prácticos, sino porque añadan valor a mi vida de una forma u otra. Creo que esa es la palabra (o dos palabras) mágica: aportar valor, más que hacernos felices. Una espumadera puede que no te haga feliz (o tal vez sí porque te recuerda cuánto te gusta cocinar) pero tal vez es un utensilio de cocina que necesitas y, por lo tanto, te aporte valor porque te resulta útil.
Al ser más consciente de todo esto puedo dedicarme a buscar la mejor opción para mi modo de vida. Puedo elegir el material del que está fabricado el objeto que quiero adquirir, puedo buscar uno que esté fabricado cerca y en el que se hayan respetado los derechos de los trabajadores. En definitiva, puedo comprar de forma sostenible.
Pero esto no es todo. Cuantas menos cosas tengo más consciente soy de lo poco que necesito. Dejo entrar muchas menos en cosas en casa porque ya no compro por impulso. Y ¿qué hay más sostenible que no comprar? Por un lado le ahorramos al planeta un montón de recursos necesarios para fabricar ese objeto y, por otro, también dejamos de producir desechos cuando termine su vida útil. Es un 2×1.
Mis compras son mucho más conscientes ahora y ya no sucumbo ante el marketing que me llama a hacer compras inútiles. No soy perfecta, por supuesto, y aún caigo algunas veces, pero no pasa nada porque sé perdonarme y esto me sirve para hacerlo mejor la próxima vez. ¡La vida es un aprendizaje constante!
La relación entre el minimalismo y el dinero
¿Parece obvio, no? Si compramos menos, ahorramos dinero. Pues es así de sencillo. Al tener tan claro lo que quiero que entre en casa y lo que no hay muchas cosas que en su día hubiera comprado pero que no han terminado en mi hogar. No solo pienso en el ahorro de recursos del planeta, también pienso en el mío. Me planteo si ese objeto vale las horas que he tenido que trabajar para ganar el dinero que cuesta (que no el que vale). Si merece la pena se viene conmigo, si no ahí se queda. Valoro mucho mi tiempo, es lo único que nunca voy a poder recuperar. Te invito a que leas este post para ver mejor por qué vivir de forma sostenible no es caro.
Y tú ¿practicas el minimalismo?¿Te gustaría comenzar a hacerlo? ¡Te leo en los comentarios!