Mi madre me regaló una vajilla de 6 servicios cuando me independicé. Entonces tenía 17 años (sí, me fui de casa muy joven) y, justamente, hace 17 años de aquello. Era una vajilla preciosa, sencilla, pintada a mano pero sin demasiadas florituras. La vajilla perfecta para mí.

Cuando la saqué del envoltorio se fue directamente al armario del comedor, no al de la cocina. Obviamente no iba a usarla a diario. Ya tenía platos menos «agraciados» para usar en el día a día, cuya pérdida, si se rompían, sería menos dolorosa. Además, podía reemplazarlos fácilmente en el súper. ¿Qué haría si se rompía uno de mi nueva vajilla? No los hacían en serie, por lo que me quedaría con una vajilla «coja».

Así que decidí que esos platos solo saldrían del armario en las ocasiones especiales, acompañando a las copas de cristal de Bohemia y a la mantelería nueva.

¿Por qué no usar mi vajilla perfecta?

Tardé bastantes años en ser consciente de que no tenía ningún sentido no usar mis platos favoritos a diario. ¿Por qué solo podía disfrutar de ellos cuando venía gente a casa o cuando se celebraban ocasiones especiales? ¿Por qué tenía que «conformarme» con usar esos otros platos que apenas me gustaban? ¿Acaso no era yo la persona más importante de mi casa?

El día que me di cuenta de esto regalé mis platos de diario y puse mi vajilla favorita en su lugar. Ahora disfrutaba muchísimo más de las comidas, incluso de fregar los platos.

Pero lo más importante es que me había dado por fin el lugar que me correspondía: era la reina de mi casa y, como tal, disfrutaba de todo lo que tenía. Se acabó guardarlo para los demás.

Démosle a los objetos la importancia que tienen

Una vajilla. Eso es lo que era. ¿Por qué tanto quebradero de cabeza? ¿Por qué tanto miedo a que se rompa un plato? Los objetos son objetos, simple y llanamente. Somos nosotros quienes decidimos que rol cumplen en nuestra vida, si les dejamos ser simplemente platos o si les permitimos que dejen aflorar nuestros miedos.

Tenemos miedo a que las cosas se rompan, se destiñan, se oxiden, se pudran. Tenemos tanto miedo a la pérdida que no disfrutamos de ellos. Y ¿para qué están si no es para cubrir una necesidad? ¿De qué me sirve tener un plato si no lo uso? ¿De qué me sirve tener joyas si no me las pongo por miedo a perderlas? ¿Para qué mantener ese vestido que nunca me pongo por miedo a que se manche?

Usemos lo que tenemos, y punto

Quiero invitarte a que uses esa copa, a que te pongas ese vestido, a que gastes ese perfume…disfruta de lo que tienes. Y sino, déjalo ir, deja de tener miedo, elige lo mejor que tienes para que te acompañe, no un día, sino todos los días que puedas. Empieza hoy a ser posible. No lo pospongas, date ese lujo.

Yo ahora uso todo lo que me gusta. Y si se rompe, pues se ha roto. Las personas son lo importante, las cosas son…cosas. No amemos las cosas, sirvámonos de ellas.

Quitémosle hierro al asunto y disfrutemos un poco más de la vida, ¿no te parece?

¿Qué pasó con la vajilla?

Sí, sigo teniendo mi vajilla, pero ahora es de 2 servicios. Se rompieron platos en 17 años y 24 traslados (sí, 24), obviamente. Pero disfruto de ellos cada día y seguiré haciéndolo hasta que se rompa el último.

Y cuando ya no quede ninguno, seguiré recordando que mi madre me regaló esa preciosa vajilla a los 17 años, cuando me mudé a mi primer piso. No necesito conservar los platos para recordar eso, igual que tú no necesitas conservar cosas que ya no te aportan valor para mantener los recuerdos vivos en tu mente.

Si te bloqueas ante estas decisiones, si quieres quedarte con lo que te aporta valor y disfrutar más de lo que tienes y dejar ir lo superfluo, te invito a mi reto de 21 días Minimalizarte. Hay un antes y un después, te lo aseguro.

Y tú ¿usas todo lo que tienes o te da miedo perderlo? Cuéntamelo en los comentarios 🙂